Estos combates entre manifestantes y antidisturbios, que incluyen la ya tradición gala de la quema aleatoria de vehículos, se suman a las jornadas de huelga de transportes y sanidad que vive la capital de nuestros vecinos de arriba. Todo ello hace que los más agoreros apunten a un nuevo brote de caos generalizado y motines a las orillas del Sena, tal y como ocurrió hace dos años.
El problema al que se enfrentan las fuerzas de seguridad parisinas, que según la mayoría de los analistas políticos es fruto de la falta de integración social, no reside únicamente en los manifestantes, sino en la turba de radicales y maleantes que tratarán de sembrar la anarquía y sacar el máximo provecho posible ante unos policías desbordados. De momento está por ver, pero por si acaso Sarkozy ya ha ordenado que se destinen 160 agentes de policía esta misma noche para reforzar los que ya están destacados en el suburbio de Villiers-le-Ber, hasta ahora foco de las protestas.
Mientras, Nicolás Sarkozy se encuentra en China tratando de mejorar las relaciones comerciales bilaterales e intentando que Hu Jintao endurezca su postura acerca del enriquecimiento de uranio en Irán.
Super Sarko experimenta una mala racha. Aunque logró un gran golpe de efecto para agrandar su imagen internacional con su viaje relámpago a Chad en el que trajo de vuelta a las azafatas españolas, ahora se enfrenta a la criptonita de la huelga, las manifestaciones violentas, la no consecución evidencias de que Ingrid Betancourt (secuestrada por las FARC) siga con vida y el haberse convertido en personaje frecuente de la prensa amarillista tras su divorcio y un presunto romance con una cantante bosnia (aunque esto último, de ser cierto, puede que no esté nada mal).
Probablemente Sarkozy no se esperaba nada así el día en que llegó al Elíseo, pero un nuevo brote de violencia generalizada en la capital como el de 2005 (en el que era Ministro de Interior y por tanto máximo responsable de la contención de las revueltas), puede suponer un duro golpe para su imagen (quizás también para su moral) al que puede que le sea muy difícil superar.
El presidente francés se arriesga a pasar de ser una especie de supermandatario (como le gusta aparentar) para convertirse en una suerte de Superlópez que arregla las cosas mal y a última hora. Por el bien de Sarkozy -y de Francia- será mejor que esta vez el asunto no se le vaya tanto de las manos como hace dos años.
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