miércoles, 14 de noviembre de 2007

Jugando a justicieros


En el viejo Oeste americano, tal y como se puede apreciar en la mayoría de los Westerns cinematográficos, cualquiera que se lo propusiera podía convertirse en el sheriff del condado, independientemente de que conociera o no la ley, y aplicaba la justicia que estimaran oportuna él y su revólver.

En España no hay cuatreros ni revólveres -al menos como en las películas- y para administrar justicia es preciso, de momento, la adquisición de unos conocimientos universitarios y la demostración de capacidad para aplicarlos mediante una oposición.

Como niños en el parque con pistolas de plástico, la clase política española aspira a controlar el puesto de sheriff del condado ( pese a lo forzado de la analogía, el Tribunal Constitucional y el CGPJ), y, como actúan los niños, sin darse cuenta de las consecuencias que pueda acarrear su juego.

La democracia española parte del principio de división de poderes de Montesquieu (legislativo, ejecutivo y judicial) y de la indispensabilidad de la independencia de cada poder en relación a los demás. Este punto de partida se tambalea desde hace unos años, pues la línea divisoria entre dos de ellos es cada vez más difusa.

Enrique López, portavoz y vocal del CGPJ, afirma que “la independencia del poder judicial está asegurada a pesar de las pretensiones de los políticos». Sin embargo, reconoce que en la presente legislatura es en la que ha habido una mayor intyerferencia política en la Justicia.

Los intentos de bloqueo en la elección de miembros del TC, la propuesta de Bermejo de eliminar las oposiciones y la constante presencia del asunto en el debate político, se asemejan a las fantasías de niños jugando a sheriffs y cuatreros. De niños, que como niños que son, se piensan que están en un escenario distinto al parque.

Nuestros políticos deben tener en cuenta el escenario en el que están, un Estado de Derecho basado en la democracia, no una República Bananera en la que pueden meter las narices donde quieran.

La justicia es una cosa y la política otra. Es peligroso para el funcionamiento de nuestra sociedad que se olviden de ello.

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