lunes, 4 de febrero de 2008

Relato: Espacio

Mi vida podría escribirse y no ocuparía más que una pulgada. Un dedo subiendo y bajando sobre mi cabeza cada vez que salta entre dos palabras vecinas en la comunidad de cualquier procesador de textos.

Es pura rutina. A diario, de ocho a cuatro, una descarga de golpes frenéticos esparce mis mañanas de informes ministeriales. Un pulgar grueso y desnudo arremete con fuerza contra mí. Otras tienen más suerte, como la “s”, a la que golpean con un anular disfrazado con un anillo de casado. Digo disfrazado porque a mi parecer la fuerza empleada en el tecleo denota una frustración posiblemente derivada del poco uso del matrimonio.

Por las tardes, a eso de las seis, una mano suave con marcado olor a perfume me acaricia enviando furtivas misivas de amor que son cortadas del Word al servidor de correo electrónico para borrar su rastro.

Ya de noche, un índice y un corazón se turnan para introducirme en trabajos compuestos por párrafos de los más diversos autores. Los restos botánicos que se desprenden de las uñas incomodan mi caída hacia el armazón de plástico. Al menos a esta hora todo es algo más variado “y entre citas de Borges, Evita baila con Freud”.*

Los fines de semana no soy más que el gatillo de armas futuristas contra zombies e invasores de las calañas más extrañas.

Esta es mi vida. Un constante devenir errante de arriba abajo descansando sobre un muelle minúsculo. Soy la nada dentro del todo. En los informes no soy más que una marca diferenciadora entre grupos de caracteres borrados o sustituidos constantemente en extensos almacenes de archivos. En las cartas, mi papel es mera alegoría de la distancia que separa a la mujer de su amante. Soy la tecla de mayor tamaño, pero cuando imprimen desde el procesador soy prácticamente invisible. Sólo una separación, un espacio. Un insignificante vacío.



* Nota del autor: “y entre citas de Borges, Evita baila con Freud” . Adaptación al texto de “y entre citas de Borges; Evita bailaba con Freud” para seguir con la concordancia de los tiempos verbales, siempre en presente simple de indicativo en este relato. La frase es un fragmento de la canción Con la frente marchita de Joaquín Sabina.
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Otros relatos:
La cámara
La tarde de nuestro final

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